Pequeña monstruo (para un personaje de ficción)



Mi pequeña monstruo es petisa. Tiene el pelo largo, igual que los dedos. Tiene los pies y los dientes torcidos. Habita en una casa que le resulta más grande de lo que realmente es y juega con otras vidas, pinturrajeada, arriba de zapatos como zancos. A veces sus ojos estallan como tormentas marrones agazapadas, al mismo tiempo que su boca rompe a risas el silencio.
Como si no supiera que mi cuerpo le pertenece, sobre todo cuando las luces se apagan, recorre intranquila pasillos oscuros. Anda pegándose contra las paredes y a veces, cuando logro verla, me duele que se pierda tanto.
¡Basta nena! Tengo que pedirle y suplicarle que se vaya a dormir de una vez o que se ponga a  jugar. Para que llore, tirada en la cama, boca abajo, fingiendo los espasmos que aprendió de tanto practicarlos. Para que empiece el juego, el de la fábula, el que me imita, en el que soy el reflejo de su espejo.
La pequeña monstruo no repara en destrozos. Tiene presentimientos de cambio y no le dan miedo las inyecciones. Por eso teje la trama por la que va a andar sin temor a caerse, porque sabe que la rescata del vacío este ejercicio de garabatos. Alguna vez dijo a los gritos en la vereda que prefería morirse, sí, morirse. Lo dijo vestida con el camisón de su mamá mientras jugaba a ser la mala de la película. 

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