Antes de salir
El botón del hidro era dorado. Fue lo último que
registró. Estaba tan drogada que cuando metió los pies en el agua tibia del
jacuzzi los dejó de sentir y se desplomó. Estaba tan drogada que no pudo
retener el nombre del que se la llevaba de la puerta del boliche. El mismo que
la acompañó a tomar aire cuando se empezó a marear mientras le mentía su nombre
y se sentía hermosa.
Empezaba a ser de día, a la noche había llovido un
rato, pero no bajó la temperatura. Por eso creyó que el sudor que le chorreaba
entre el escote y la línea delgada de la espalda era por la humedad del clima
tropical que castigaba a la provincia, sobre todo en el norte.
Cuando salió a la vereda se dio cuenta de que sus
manos no le respondían, el tipo se le tiró encima y ella casi se cae. Entonces,
él la agarró de los codos, y como a un perro anestesiado la subió al auto
importado.
En la entrada del albergue no les pidieron
identificación, el tipo era mayor y andaba en un importado… check in!
No estaba
muerta antes de salir. Después vino el golpe y la oscuridad. La voz del hombre
me despierta del sueño y puedo ver el pasto más cerca de lo que creía que
estaba. Si hago un esfuerzo veo cómo corre el río y si hago un esfuerzo más veo
el cielo que se viene como otro río o un espejo celeste.
El domingo empezó despacio para Esteban. Preparó la
piragua mientras su changuito lo seguía de atrás, haciéndole preguntas sobre el
animal que le había prometido cazar. Hacía unos días que Esteban le había contado,
como un secreto, a susurros, que iba a cazar un carpincho y que se lo iba a
regalar. Pero lo único que le importaba, en realidad, era poder llevar un
pedazo de carne para la cena. Hacía semanas que no podía salir por las
tormentas de verano, que se armaban sin aviso y asustaban los ojos de su
compañera, que le imploraban que no cruzara a las islas con el tiempo así.
Ese domingo el cielo estaba azul, la tormenta había
escampado y Esteban se tomó el último mate con la mirada perdida en la isla. Ya
estaba todo listo, su cuñado lo acompañaría y seguro volverían antes del
atardecer con el bicho prometido o lo que cacen.
El bote
navega casi inmóvil y la voz del hombre se mueve despacio hasta mí. Naka, le
dice otra voz de hombre más joven. Veo su cuerpo recortándose contra el cielo,
de pie en la punta del bote. Su torso desnudo y largo. Lo veo flaco, inclinado
hacia adelante, más oscuro ahora que el sol empieza a bajar, expectante y
paciente para cazar, un puma de agua, pienso o creo que lo hago.
Johana nunca se enteró de lo que tuvo que soportar su
cuerpo. Estaba tan drogada que vivió el ahogo como un sueño. Cuando el tipo se
dio cuenta de que Johana no reaccionaba no dijo nada en el hotel. Salió por la
cochera y la acomodó en el asiento del acompañante. Johana se parecía a una de
las muñecas que tenía en su repisa. Le brillaban los cachetes mojados y
redondos y el pelo negro le colgaba lacio, como chorros, sobre los hombros. El
tipo entregó las llaves de la habitación desde la ventanilla del auto. Manejó
durante algún rato por una ruta rota e incendiada de sol. Se levantaba el
mediodía cuando decidió frenar el auto en una barranca y empujarla. El cuerpo
de Johana quedó boca abajo, semidesnudo y mostrando sus ojos verdes, como
mirando el río y el bote que navegaba hacia las islas.
Naka o la
desnudez, podría escribirte un poema que empiece así y hable de nosotros que no
nos conocimos aunque yo no estaba muerta antes de salir. Naka, te llama la voz
más joven y tu contorno se convierte en serpiente que se mueve veloz y certera.
Ahora el cielo parece cada vez más bajo y a las nubes las empuja la luz de los
rayos. Da miedo tanto flash entre las nubes negras. Siento que te miro como un
presagio, que soy tu fantasma, tu verdugo, observo el rayo, el bote, el bicho
que cazaste. Veo cómo se apaga tu vida, mientras se prende el cielo. Tal vez
ahora tu mirada de muerto me encuentre, aunque ya es tarde para los dos, seguimos
siendo voces mudas.
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