Balada del sueño de un árbol
“Un
día de un viejo árbol es un día del mundo”
(“Balada
del álamo carolina”. H. Conti)
El árbol sueña que es el hombre
que sueña que es el árbol de todos los tiempos. Y en el afán de extender sus
raíces bajo la tierra, sueña que mientras más las extienda más le crece la copa
y más se le llena de nidos de pájaros de muchos colores y diferentes cantos.
En su sueño, el hombre es atrapado
por un charco de barro. Detenido siente que sus pies se vuelven rígidos y ya no
puede moverlos. Una fuerza descendente lo arrastra por abajo de la tierra, le
hace recorrer sus entrañas frías y húmedas. La visión de sus pies deformados y
transformados en raíces, que buscan asirse de algo y por el contrario solo
logran abrirse paso entre la tierra que se desmorona, lo horroriza. La metamorfosis
asciende hacia su cuerpo; desde la visión aérea y privilegiada con la que
cuenta puede observar que también su tronco de humano se vuelve duro, áspero,
se inmoviliza. Las ramas le crecen con un dolor raro, es él redoblado,
multiplicado en una extensión que no comprende. Su corazón golpea ráfagas de un
líquido verde, le marca un pulso de crecimiento, a cada nuevo golpe de ese
tambor se produce un cambio, algo muta en él, lo sabe y descubre que su respiración
también suena acompañando el movimiento. Entonces, el árbol se ve en su sueño
como un hombre que se transforma en él mismo, y se pregunta qué sentirá ese
hombre cuando las hojas que le están creciendo lo dejen desnudo. Cuando las vea
irse sin poder atraparlas en el aire, las escuche juguetear en su caída y tenga
que aprender a soltarlas, dejarlas caer, porque no son suyas, ni de nadie. El árbol
conoce de despegues, sabe amar sin amarrar, porque de él sale cada hoja que el
otoño le arrebata y porque son sus ramas las que empujan las patas miedosas de
los pichones que aprenden a volar.
En su sueño, el árbol también fue el
hombre. Y supo de su caminar, por momentos se fatigaba y se tropezaba, creía
que se caía y lo hacía, se cayó más de una vez, la misma cantidad de veces que
se levantó. Y también supo volver del suelo, de ese suelo del que él no podía
despegar. Sintió esas ganas de correr que tantas veces el hombre había sentido.
La necesidad imperiosa de huir, la certeza de que había un destino que buscar. Una
fuerza que lo llevaba a moverse. Pero algo empezó a robarle el aire, a
detenerlo, la soledad. Miró el cielo, se hizo preguntas, no hubo respuestas.
Vio las copas de los árboles, cerró los ojos y recordó que era un sueño.
Respiró hondo, sus ojos estaban cerrados, era verde lo que corría por adentro.
Era el hombre y era el árbol, era cada latido que lo empujaba a nacer. Era cada
raíz que se movía buscando algo más, y cada hoja que le crecía en la copa y
cada pájaro que le cantaba.
Me encantó leerte y sentirme parte de ambiente.
ResponderEliminar"... y se pregunta qué sentirá ese hombre cuando las hojas que le están creciendo lo dejen desnudo. Cuando las vea irse sin poder atraparlas en el aire, las escuche juguetear en su caída y tenga que aprender a soltarlas, dejarlas caer, porque no son suyas, ni de nadie. El árbol conoce de despegues, sabe amar sin amarrar, porque de él sale cada hoja que el otoño le arrebata y porque son sus ramas las que empujan las patas miedosas de los pichones que aprenden a volar."
Soltar es natural al universo... Y al hombre le cuesta tanto...
Muchas gracias nuevamente Leonel!
Eliminarque relato tan profundo
ResponderEliminarsaludos